Echaba de menos la dureza del frío. Fotografiar a cuatro grados bajo cero es toda una experiencia religiosa. Si a esto le añades el viento, el coctel es...con cubitos de hielo.
Cambiar la batería de la cámara en estas condiciones es una odisea. Lo que no acertaba a entender es porqué motivo mi mano izquierda había quedado literalmente congelada y, en consecuencia, sin fuerza para realizar la más mínima maniobra. No podía ni sostener una moneda para girar la tuerca de la zapata. La otra mano, congelada pero operativa. Al llegar a casa descrubí la razón de semejante congelación en la mano izquierda. ¿Os lo imagináis?
El reloj!! Ese enorme peluco metálico que dejó literalmente congelado el nervio o el tendón o lo que sea que pase por ahí. La superficie gélida del metal sobre la muñeca transmitía tal cantidad de frío que se paralizó el dedo pulgar.
Desdde ese día, cuando salgo a fotografiar, suelo preguntarme:
Qué hora será?
PD: La foto de la iglesia con nuebes está tomada unos días después a la espera de nubes que retratar. Ya hacía sólo 0 grados. Qué gustito.