dedicada a un amigo valiente
vía láctea roncalesa
Es imposible cansarse de mirar al cielo aunque sea sin llegar a entender lo que se ve allí. Mira uno a la vía láctea y, aun sabiendo que la Tierra forma parte de ese inabarcable lienzo de luces, tiene la sensación de estar escrutando desde fuera. Ajeno a él. Como si se tratase de una pantalla de cinemascope que se observa desde la butaca de un cine de verano.
Sin embargo, en realidad, uno forma parte de la película. Quien mira, es un protagonista más de la historia que se cuenta allí. Tras otear unos segundos con atención, uno intenta poner magnitudes al espectáculo para hacerlo comprensible. Imagina la distancia a la galaxia, la lejanía entre estrellas. Procura trazar los volúmenes y dimensiones de los astros. Quisiera alcanzar a compararlos entre sí. Imagina el tiempo transcurrido desde que nació aquella colosal cortina brillante. Al minuto, quien lo intenta, ha dimitido del esfuerzo y renuncia a comprender. Renuncia a aprehender. Ha de conformarse uno con bajar la mirada al horizonte y reconocer las cimas cercanas. Ha de limitarse a percibir el aroma de la brisa que cruza la noche roncalesa. Habrá de regresar a lo mundano de un ladrido o de las esquilas lejanas. No tendrá más remedio que refugiarse en lo mensurable.
El fotógrafo, que no deja nunca de buscar y que jamás termina de encontrar, habrá de apoyarse en un modesto pino de Larra para dar algo de sentido a la vía láctea. En el humilde árbol dimensionará parcialmente lo que se está viendo allá arriba. Sólo parcialmente.
Pautxo
Fotografo poeta.
Ja ja ja...